Schopenhauer, el epítome del 'anticoach'
Schopenhauer, el epítome del 'anticoach'
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Schopenhauer, el epítome del 'anticoach'
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"En 1831 hubo una epidemia de cólera en Berlín que le cobró la vida a Georg Wilhelm Friedrich Hegel, aquel abanderado del triunfante pensamiento idealista, quien once años atrás, en 1920, llenaba los salones de la Universidad de Berlín y no solo de filósofos en ciernes, sino de más de 250 funcionarios de todo rango e importantes servidores del Estado.
Era el rockstar de la época por su hiperracionalismo –para él, “todo lo real es racional y todo lo racional es real”– aplicado a la construcción de la más optimista interpretación social, estatal e histórica que vilipendiaba a ultranza al Estado, la Iglesia y cualquier órgano de control y adoctrinamiento en una sociedad convulsa como la Prusia de entonces (Napoleón tenía a la sociedad europea alborotada, a la luz de los ideales de la Revolución francesa).

(Lea además: El ‘multitasking’, según Pitágoras).

Tal era el grado de complacencia de su discurso, que el mismo Estado prusiano le garantizaba su jerarquía en la universidad. Ello, sumado a un don de la palabra encriptada y opaca (sus seguidores lo aplaudían a pesar de no poder seguirle el hilo a su filigrana idealista, porque sus gobernantes lo hacían). Tiempo después de que el joven Schopenhauer le solicitara a la dirección de la universidad que le programara sus lecciones a la misma hora de las del afamado filósofo –a quien el novel profesor se refería como un ‘filosofastro’ o un ‘galimatías ininteligible’– solo ingresaron a sus cursos cuatro personas: un funcionario, un odontólogo, un profesor de equitación y un comandante jubilado.

La historia se repitió el año siguiente y el siguiente… y así hasta que diez años después, Schopenhauer terminara por renunciar a la docencia y con ello naciera un desprecio hacia la filosofía universitaria. “El mundo no le hizo ningún caso hasta treinta años después, y mientras tanto el filósofo vivió en el anonimato, sin que sus concepciones tuvieran ninguna repercusión”, narra Juan Solé en su libro 'Schopenhauer. El pesimismo se hace filosofía'.
En la voluntad, Schopenhauer sentó las bases de su planteamiento filosófico que llegó a ser considerado la metafísica más pesimista de la historia del pensamiento. Con él, el alemán argumentaba que el hombre nace para sufrir en un valle de lágrimas (la vida), en donde las afectaciones físicas, sociales, morales y éticas lo encauzan en un devenir no menos doloroso. Para él, nadie nació para ser feliz.

Al respecto, escribe Solé: “(Schopenhauer) defendía que este mundo que vemos y en el que vivimos , desde nuestro cuerpo y nuestro querer más íntimo, hasta el último confín del universo, es la dolorosa manifestación de una fuerza o energía cósmica ciega que él denominaba ‘voluntad’, eternamente deseante, eternamente insatisfecha”.

Y ese constante cambio del deseo a la insatisfacción, a su vez, planteaba a la vida como el movimiento de un péndulo que oscila del dolor al aburrimiento: dolor al no tener lo que tanto se desea (o en sus palabras, lo que mueve los hilos del sujeto quien es una especie de títere de dicha insaciable voluntad universal) y aburrimiento cuando se obtiene ese ‘no sé qué y no sé donde’. Algo así como cuando un individuo X desea al individuo Y, pero este no le corresponde y se convierte en un reto. Finalmente, el individuo Y cede a los encantos de X (y de la voluntad universal) y cuando Y pasa a ser posible y accesible a X, este pierde todo el interés. Típico.

De ahí, la sugerencia del filósofo por renunciar a los deseos para alcanzar un estado de serenidad e indiferencia –tomando sorbos del budismo y el hinduismo que con cierta frecuencia se servía–. Así surge su concepción de la compasión como la única relación posible entre las personas (el amor y la amistad eran aspiraciones irrealizables), comparando a quienes insistían en la búsqueda del amor, la amistad y la compañía con erizos que al acercarse entre sí para buscar el calor del otro, se lastimaban con sus espinas; y con el hámster que corre en la rueda de su jaula sin avanzar, a pesar del gran esfuerzo físico.

Esta nula fe en la humanidad (que recordaba siempre con su perro, su única compañía, diciéndole ‘hombre’ cuando lo reprendía y lo insultaba) se sumaba a un carácter hosco, huraño, arrogante orgulloso vanidoso, engreído, cascarrabias, misógino y misántropo. Al pasar toda su carrera discutiendo con las personas y con el gremio de la filosofía, Schopenhauer nunca obtuvo la fórmula ganadora de Hegel.

“Ni saldría adelante en la universidad ni es nada probable que hoy le contrataran como ‘coach’ para dar cursos de motivación, participación en dinámica y sinergia de empresa o superación personal”, agrega Solé.

Y es que ¿a quién le gusta que le digan la verdad y peor, de una forma tan pesimista como las manifestaba Schopenhauer? A nadie y por ello también valdría la pena preguntarse: ¿qué tal hiperrealista era Hegel, adulando al sistema que lo promovía?, ¿será cierto eso que dicen los pesimistas sobre sus argumentos que no son cuestiones cargadas de negativismo y mala energía, sino que son productos del realismo extremo?

Vale la pena finalizar reconociendo el rol del arte en la vida del el pesimista filósofo. Para él solo en la experiencia estética se aquieta el humillante apremio de la voluntad, dándole paso, al fin, al querer y garantizándole alivio y revelación al espíritu.

Solía decir: Seguramente, si mi madre hubiera vivido en 1920 en Alemania, sería la quinta asistente a las clases del pesimista de la Universidad de Berlín; y no precisamente por alguna pasión por la ópera, la flauta o el teatro (eran ineludibles en la rutina de los últimos años del pesimista hecho filósofo), sino por su marcado ‘realismo’.

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