
Forjador de una metafísica de la evolución y no solo de una ‘moda intelectual’, el pensador más influyente de los treinta primeros años del siglo XX en Europa, Henri Bergson protagoniza la entrega número 48 de Descubrir la Filosofía,
Autor de textos arácnidos y con la sofisticación que implica el acento en la segunda sílaba de un apellido; así es abordado el filósofo y matemático francés Henri Bergson en El inaferrable fantasma de la vida, la entrega número 48 de la colección Descubrir la filosofía que expone el trasegar de la escuela francesa del pensamiento, reabriéndose un espacio entre las filas del pensamiento alemán al mando de la producción intelectual de 1900.
Y para ello, el español Antonio Dopazo Gallego basa su análisis en un recorrido por la vida y obra de la figura más influyente de la movida académica de las tres primeras décadas del siglo pasado, el parisino Henri Louis Bergson, apodado ‘El encantador’ o ‘el filósofo de la intuición’ y de ‘el tiempo’, apodos debidos a su abordaje metafísico de los fenómenos de la conciencia y en el cual confluyen conceptos como la duración, el impulso vital, la memoria y la libertad, todos concatenados entre sí, como lo confirma el tomo número 48 de Descubrir la Filosofía:
“El hecho de que la realidad esté habitada por procesos antes que por cosas (y Bergson era un buen conocedor de la termodinámica) sugiere que ella misma se retarda y acelera de forma absoluta, que es vacilación y esfuerzo, y que no está decidida, sino decidiéndose: no es, pero tampoco ‘escapa’ o ‘fluye’ como un torrente enloquecido, sino que dura bajo ritmos y tensiones muy diversos. Esta duración, además, posee un sentido: es una llamada a nuestra acción; la pista de ejercicio de nuestra libertad. Y esa libertad de todos los seres que ruedan sobre la duración se unifica globalmente en el concepto de ‘impulso vital’, que corona la filosofía de Bergson”.
De ahí el carácter ‘arácnido’ de sus escritos que hoy siguen siendo considerados referentes de la gran metafísica (reivindicada por Bergson al haber sido sometida a los señalamientos como pura divagación, tras el auge de la intuición como búsqueda inmediata de lo eterno de Schopenhauer) y de la ‘metafísica de la evolución’, esta última configurada por el francés como la afluencia de la intuición como nueva función del espíritu que no renuncia a la razón, sino que les abre los brazos a la invitación a pensar de otro modo.
Nobel espiritual
No solo el encanto parisino fue su ‘secreto’ para ser considerado el intelectual que reivindicó la filosofía francesa y con ella, todo su estilo tan sofisticado, como espiritual. La accesibilidad de su discurso empapado de metafísica en una época en la que el mecanicismo y el criticismo kantiano habían instaurado un ‘régimen’ antiespiritual, sumada a la cadencia envolvente de sus disertaciones le permitieron, a Henri Bergson abordar temas tan humanamente importantes como la libertad, la creación y la conciencia, conceptos clasificados con él como sus ‘fantasmas’
Por tal motivo, entre sus principales lectores y seguidores se ubicaron poetas, pintores, científicos, cineastas, novelistas y hasta políticos de la Europa prebélica, quienes se identificaron con el espíritu rupturista de sus escritos en torno a la creación y la novedad y que se extendieron, como pólvora, por todo el continente, reactivando la chispa de la
producción filosófica filosofía francesa con sus análisis de los ‘fantasmas’ del ser, aquellos asuntos que rodean y persiguen en segundo plano, como fuerzas ‘metafísicas’, al ser humano.
“Por su proximidad a la ciencia experimental, por su gusto por la observación interior (es decir, por la psicología) y por su desconfianza respecto a las ‘grandes aventuras dialécticas’. Ello se traduce en un estilo cautivador, que además de por su bella factura y fluidez expositiva destaca por la sencillez de su terminología y el continuo uso de imágenes y ejemplos. El Nobel de Literatura no le fue dado por casualidad”, asegura Dopazo frente al galardón que le fue concedido al último metafísico de la historia, Henri Bergson, en Bergson. El inaferrable fantasma de la vida.
Fantasmas bergsonianos
1. El impulso vital. O élan vital, en su lengua natal, es la imagen central de la evolución creadora. Se trata del ‘fantasma’ más vinculado a la teoría evolucionista de Darwin pues es definido, por Bergson, como esa primera pulsión (genes) que pasa de generación en generación por medio de organismos que sirven a modo de portadores. “Él sería la verdadera causa de las variaciones que se transmiten regularmente y se suman dando lugar a nuevas especies (…) a veces se materializa a nuestros ojos, en una fugitiva aparición, el soplo invisible que los empuja”, escribe Antonio Dopazo Gallego.
2. La memoria. La forma en la que el pasado se mezcla con el presente, acoplando la percepción y el recuerdo propios en el presente concreto mediante dos tipos de memoria: memoria-contracción (sintetiza en vistas simultáneas aquello a lo que atendemos) y memoria-capa (trae a la percepción actual recuerdos que la perfilan y completan a fin de facilitar el reconocimiento).
3. La libertad. Relación del ‘yo concreto’ con el acto que realiza y que es indefinible, porque —explica Dopazo— “cada alma es diferente en cada momento de la duración” y por ende, entra en juego la vocación. Concluirá así, Bergson: “Ser libre es estar inclinado sin estar necesitado”.
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